Hace
ahora cuarenta años apareció en La Nueva España, de Oviedo,
firmado por Carlos María de Luis, un artículo con este expresivo
título: “Alerta, asturianos, nos quieren robar a Pelayo”, a raíz
de la aparición de un libro de Manuel Pereda de la Reguera con el
título “Liébana y los Picos de Europa”. Solo han pasado cuatro
décadas y fallecido el historiador cántabro que tanto hizo por
recuperar la historiografía montañesa y cántabra muy viva en los
finales del siglo XIX, Pelayo aparece como más asturiano que la
mismísima reina Letizia.
Tenemos
que rendirnos a la afirmación de que los únicos argumentos que
perduran son los que más se reiteran, tesis de la propaganda
totalitaria que consiste en que una mentira repetida mil veces se
convierte en verdad. No hay que desmayar en insistir como se nos
arrebata poco a poco el legado que recibimos de nuestros antepasados,
construido entre adversidades y sufrimientos. El que los responsables
se crucen de brazos y miren a otra parte, permite que Fontibre como
lugar de nacimiento del río Ebro no aparezca en la página
institucional de la Confederación Hidrográfica con sede en
Zaragoza, que los libros de texto de Cataluña presenten al Ebro como
un río catalán o, que el rey Favila, hijo de Pelayo y nieto del
Duque de Cantabria del mismo nombre, fuera despedazado por un oso en
el valle ‘asturiano” de Liébana, amén de las alabanzas a ese
gran monje -tambien asturiano, por supuesto- Beato de Liébana.
Hace
unos meses pasé unos días en Asturias –que con Cantabria ha
escrito las páginas más importantes de la Historia de España- y me
encuentro con publicidad y diversos escritos sobre el río asturiano
del Deva. He preguntado, incluso, a cántabros sobre la identidad de
este importante río y ¡sorpresa! la mayoría le considera un río
asturiano que desemboca en Unquera, prueba de esa dejación que
existe en la cultura y en la divulgación del territorio de Cantabria
por parte de las instituciones. Sirva este dato para ser concluyente
al respecto: el Deva no es asturiano más que en tres de los sesenta
y dos kilómetros de su recorrido. Sin embargo, como ocurre con la
patria de Pelayo, y de Beato ¡es asturiano!.
Con
frecuencia algunas personas que atesoran excelentes conocimientos se
dejan llevar por la inercia o las corrientes dominantes y a veces,
inconscientemente, cometen errores que son significativos y que hacen
daño. Uno de estos ejemplos se puede comprobar en una réplica -hace
ya tres o cuatro años- del alcalde de Peñarrubia a un artículo del
escritor José Antonio Pérez Muñoz sobre unas reflexiones en torno
a La Hermida que se publicaron en Alerta.
Sobre
la polémica en cuestión no puedo obviar una frase del señor
alcalde al señalar –inconscientemente, pero ejemplo de esa inercia
y de las corrientes dominantes a las que he aludido- que la historia
de La Hermida tiene relevancia por ser “territorio clave en los
inicios de la Reconquista y expansión de la Monarquía asturiana”.
Lo primero es cierto pero lo segundo es inexacto y, es ahí donde se
debilita el valor de nuestra historia, porque uno y otro hecho
sucedieron en Cantabria y fueron protagonizados por cántabros. La
expansión de la Reconquista y del pequeño reino que surge en
Liébana es hacia Asturias, no al revés. Liébana era tierra
liberada y Asturias estaba conquistada.
Sin
duda que la orografía de Peñarrubia-Liébana fue clave. El
desfiladero de la Hermida en las técnicas guerreras del siglo VIII
garantizaba destruir al ejército más poderoso en una guerra de
emboscadas. Son quince o veinte kilómetros en los que entonces solo
existía el río Deva y alcanzar al corazón de Liébana no era fácil
si el enemigo estaba emboscado en las alturas. Si a ello añadimos
los Picos de Europa y la bajada desde San Glorio, Liébana era aquél
recinto que Amós de Escalante citó como “alcázar que la
Providencia labró a España para asilo de su libertad y de su
independencia”, para añadir que ante las rocas de
Peñarrubia-Liebana “se detiene la invasión, cesa la conquista, se
quebrantan los yugos, toma treguas la muerte”.
Tanto
la Reconquista como la Monarquía surgieron en Cantabria y ello,
entre otros factores, gracias a ese gran murallón de La Hermida que
permitió garantizar la seguridad de guerreros y monjes que se
refugiaron en Liébana. De la tierra lebaniega surgió este hito
histórico para extenderse hacia Asturias a medida que se ganaban
tierras a los árabes. No hay que olvidar que hasta el Sella llegaba
el territorio de los cántabros (incluso el asturianista Sánchez
Albornoz lo reconoce) y desde esa frontera natural hasta Galicia
estaba bajo dominio musulmán, cuya posterior conquista es dirigida y
planificada desde Liébana. No puede sorprender que conquistada toda
Asturias, León y Galicia la capital del reino que surgió en el
recinto lebaniego se trasladara desde Oviedo a la capital leonesa y
así sucesivamente a medida que la conquista de tierras avanzaba.
Los
historiadores asturianos asumiendo las crónicas de la época, dan
cuenta de la llegada de Alfonso I, hijo del Duque Pedro de Cantabria,
a la corte de Cangas de Onís, tiempo después de la batalla de
Covadonga. Pero el cántabro elegido rey no llega de Gijón donde
estaba un jefe militar árabe, sino desde la única tierra
independiente que era Liébana donde estaban las propiedades de sus
mayores. No hay que desconocer, además, que hasta mediados del siglo
XIX los municipios de Rivadeva, Peñamellera Alta y Peñamellera Baja
pertenecieron a Cantabria, siendo extirpado este territorio del común
cántabro por una decisión caprichosa y autoritaria de un ministro
de Estado.
Si
hace cuarenta años los asturianos reaccionaban ante la
reivindicación de Cantabria sobre la figura de Pelayo, hay que
afirmar que en escaso tiempo han sido capaces de monopolizar su
figura, aunque Menéndez Pidal señala que lo único que puede
afirmarse es que Pelayo no era asturiano. Historiadores montañeses y
asturianos polemizaron en el siglo XIX acerca de estas tesis. En todo
caso, nadie discute que el Duque de Cantabria y Pelayo, desde
Liébana, sumaron sus fuerzas para conquistar las primeras tierras
asturianas y salir de Cantabria hacia Cangas, llegar a Pravia y,
finalmente, a Oviedo donde Alfonso II el Casto, bisnieto del Duque
Pedro de Cantabria, fijó la capital del reino, fundamentos
históricos avalados por la Real Academia de la Historia que en un
informe de 1916 ratifica que el verdadero tronco de los antiguos
monarcas de la Reconquista, fue Pedro, duque de Cantabria… y que la
Monarquía surgió en la indómita Cantabria. El cronista oficial de
Asturias, Armando Cotarelo, así lo ratifica en sus trabajos sobre
Alfonso III el Magno, editado en 1914 y reeditado en 1991.Creo que estas reflexiones sirven para apuntar donde están nuestros males, precisamente en nuestra propia casa. No se trata de confrontar la historia de dos comunidades vecinas y hermanas, simplemente de defender lo nuestro. Lo malo es que la definitiva “asturianización” de esta parte gloriosa de nuestra historia solo acaba de comenzar con el acontecimiento nupcial de los actuales reyes que la prensa asturiana resaltó apropiándose en este caso del nombre de la Reina Adosinda (hija de Alfonso I y de Ermesinda, nieta por tanto de Pelayo y del Duque Pedro), como ejemplo de la última reina “asturiana”.
2 comentarios:
En lugar de perderse tiempo en reivindicar simbólicos como el Lábaro, mucho mejor sería trabajar con ese ímpetu en favor de LA NO ASTURIANIZACION de nuestra propia Historia...
Hace mucho tiempo que intento dar un estímulo a nuestra pequeña y a la vez gran historia de un país que mas tarde se llamaría España, unión de múltiples pueblos con identidades diferentes pero que a través de los siglos se movieron en una misma dirección terminando de construirse nuestra actual identidad-mal que le pese a alguno- La puesta en marcha de este blog y el intento de hacer cambios en la wikipedia en la entrada conocida como Reino de Asturias....No ha dado los frutos esperados. Y lo peor no es eso. Sino que las nuevas publicaciones que se han hecho en las incursiones de novela histórica con el trasfondo reconquista se retroalimenta esta historia errada sin ningún interés en autentificar los hechos que allí se dieron. Ni tales incursiones por parte de los escritores ni tampoco por parte de los políticos, que temen contaminarse del falso nacionalismo al que se pudieran verse sometidos. Una verdadera pena. Es mejor defender un lábaro que no mancha tanto...
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